"Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte. Puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión de ingenio y hasta de género, y serán como relámpagos que acrecentará más y más la lobreguez de la noche."Marcelino Menéndez Pelayo
El tiempo de instrospección identitaria que la globalización
nos azuza a desenmarañar no es sino un desafío más en el marco de cambios
actual. La situación económica de las autonomías, el descaro del derroche que
le precedió y la sinergia centrífuga, y a la vez estimulante, que supone
Cataluña han propiciado una “tormenta perfecta” para establecer unas reglas
actualizadas que corrijan las relaciones entre la terruño natal y el Estado.
El redescubrimiento de las señas que te identifiquen con un
grupo puede suponer una inyección acelerada de localismo para algunos charros.
Sin embargo, la “vocación universal” de Salamanca no debe entrar en contradicción con
el poder ensalzar su condición leonesa. La causa del desafecto a la autonomía
tanto en Castilla como en León gira en torno a un concepto deshilvanado de una
Castilla de límites difusos, si bien pleno de valor sentimental.
En España la pérdida de las colonias seccionó el orgullo
nacional; la efervescencia creativa de la generación del 98 encontró en una Castilla idealizada el catalizador de sus sentimientos. Esta Castilla
esquilmada y lacerada sirve de canal de expresión de frustraciones y alegrías.
El ajado espíritu nacional se tambalea mientras se interponen entre sí
tendencias regionalistas y centralizadoras como consecuencia de las
pretensiones nacionalistas (los ciclos de crisis económicas y tensiones
territoriales curiosamente coinciden en el tiempo).
La evolución de los escritores posteriores al 98 sienta las
bases del movimiento regeneracionista. Asimismo, se establecen lazos entre el
castellanismo cultural y el castellanismo económico (la burguesía liberal-cerealista
de Valladolid que además siempre contó con El Norte de Castilla como vocero de
sus aspiraciones) con proyectos de establecer una unión administrativa de todas
las provincias mesetarias. Aunque ya estaba presente la idea de una gran
Castilla que sirviera de causa común frente a Cataluña como lo estaba a la hora
de constituir la comunidad en 1983.
Aunque la incursión del castellano en Salamanca fue precoz,
la asimilación del gentilicio “castellano” tiene lugar cuando se atribuye a
esta Castilla desdibujada la asociación ubicua con las planicies mesetarias y
que ha hecho de Salamanca el paradigma de una Castilla irredenta que nunca
existió pero que pervive hasta nuestros días.
El espíritu leonés
Las vicisitudes de la historia nos narran lo realmente acontecido y desvela el origen de la idiosincrasia charra. Los pobladores de la
Transierra, prohombres que desbrozaron los encinares de la Extremadura leonesa,
procedían de diferentes lugares de la Corona además de otros territorios. Estos
caballeros medievales fueron los que afianzaron el avance más allá de la Sierra
y el mestizaje de estas gentes bajo la tutela del rey Alfonso VI (el cual había
otorgado fueros redactados en romance leonés a las ciudades de Salamanca, Zamora,
Ledesma y Alba de Tormes) engendraron a los antepasados de todos los salmantinos,
una osmosis étnica que tuvo lugar en todo el reino. También la creación del
Estudio General por parte de Alfonso IX fue el germen de la universidad más
antigua de España y se fundó con la pretensión de que los leoneses no tuvieran
que salir del reino para estudiar. En esta decisión radica el hecho que la penetración
de la lengua castellana fuese anterior aquí que en cualquier otro lugar del
reino.
El transcurso del tiempo en esta zona formó un leonés con
características propias que fue desarrollándose independientemente debido al
aislamiento aunque formando un continuo con otras hablas comarcales colindantes
que es apreciable en los escritos de Torres Villarroel, Juan del Enzina y Lucas
Fernández. El leonés sigue estando presente en la cadencia del habla y visible de diversas formas en la mitad occidental de Salamanca,
particularmente en Las Arribes y El Rebollar. En su condición leonesa se observan también esencias comunes: la
música, los bailes, los trajes, los rituales y a fin de cuentas todo el
folklore que constituye la intrahistoria leonesa son comunes de norte a sur de la
Ruta de la Plata y han resistido a la inexorable desvirtuación de la identidad
salmantina y a la interiorización de Castilla en el ideario colectivo.
Una muestra de leonesidad oculta se
encuentra en los trazos lingüísticos del habla charra actual. El uso frecuente
del pretérito perfecto en el habla coloquial para acciones pasadas recientes
(Ej. Ayer he ido al médico.) es una hipercorrección que nace del intento por evitar
el uso del pasado simple, el único tiempo pasado que existe en leonés. Ello deja al descubierto cómo la diglosia existía y una triste metáfora
de cómo un pueblo pretende ocultar inconscientemente cualquier trazo de su
identidad primigenia. Este ejemplo de autoenajenación al hablar la lengua
ancestral deja entrever la presencia de una “lengua latente”.
Sin embargo, esta situación cambió con la aparición del nacionalismo
elitista que adoptó la pequeña clase media en los albores del s.XX, el cual no
albergaba ninguna aspiración soberanista y sí pretendía servir de nexo entre lo
ancestral y lo moderno en tanto que ensalzaba los valores tradicionales y se
jactaba de las diferencias de su forma de hablar sin reivindicar la existencia
de una lengua propia.
Nos hallamos por tanto ante el origen de la despersonalización, la
extirpación paulatina del espíritu unitario que se expande desde el corazón del
campo charro hacia la periferia de la provincia durante siglos y se acelera
durante el siglo XX. Irónicamente, muchos de los intelectuales que apreciaban
lo leonés en Salamanca (Menéndez Pidal, Unamuno, Real de la Riva y Sánchez Rojas
entre otros) fueron a la vez los mayores propulsores de la Castilla noventayochista.
El poder de seducción de esta Castilla idealizada junto con
el efecto de permeabilidad al que induce el bombardeo de la versión oficial del
establishment autonómico ha supuesto la adopción de un españolismo aséptico y
acomodado, enraizado en la tradición patriótica liberal y más tarde franquista. La
Salamanca de hoy ha sabido demostrar su universalidad pero esta condición no debe
entrar en disyuntiva con su inherente leonesidad.
Me ha prestao a´sgaya tu publicación, y me ha sorprendido por bien documentada y redactada.
ResponderEliminarPara enrriquecer tu artículo, yo aportaria el lastre que ha supuesto históricamente la nominación del Viejo Reino de "León", pues en los territorios se ha identificado el todo en la parte, asimilando dicho Reino al entorno de la ciudad de León, y considerandolo algo ajeno.