martes, 21 de abril de 2020

Cien años de sumisión


“Mirad estas gentes leonesas, zamoranas, salmantinas. Esa unilateralidad, esa pobreza mentales del castellano, no reza con ellas. Tienen algo de la ondulación portuguesa y de la zorrería gallega –maragatos, sanabreses, charros–. Ni idealistas como los castellanos, ni prácticos como los catalanes. Las dos cosas, en dosis suaves, a la vez. Vivimos una democracia llana, democracia de concejo abierto, de concejo leonés.”

José Sánchez Rojas, Del espíritu leonés (6/8/1915)



A menudo se atribuye a Mark Twain la frase “La historia no se repite, pero sí rima”. A pesar de que no existe evidencia alguna de que el estadounidense fuera su autor, el aforismo expresa una realidad perceptible en la liquidez del mundo actual: nacionalismos, xenofobia, conflictos territoriales… También en relación con la cuestión leonesa. Buceando en la prensa de principios de siglo XX he tropezado con varios artículos firmados por el escritor José Sánchez Rojas, publicados en el periódico barcelonés La Publicidad entre diciembre de 1918 y enero de 1919, en los que explicita algunas de sus reservas hacia la creación de una autonomía castellana durante el debate autonómico producido al final del reinado de Alfonso XIII. Sus palabras dejan muy mal parado al actual establishment castellanoleonés.

Sánchez Rojas, nacido en Alba de Tormes en el seno de una familia de larga tradición liberal, alumno y amigo de Unamuno, luchó por la causa agraria recorriendo los pueblos de su provincia y se ganó la vida escribiendo columnas en periódicos de toda España. Durante su corta vida estuvo muy comprometido con su tierra y se involucró activamente en la política de los tiempos convulsos que le tocó vivir. Tanto es así que coincidió con Mussolini durante su época de estudiante en Bolonia y llegó a debatir sobre revolución con Lenin mientras ambos se alojaban en un hotel de Ginebra. Aunque no pueda decirse de él que fuera un leonesista propiamente dicho, ya que estaba hondamente influido por la Castilla del noventayochismo como tantos intelectuales de su generación, en lo cultural era perfectamente consciente del hecho diferencial leonés y en sus escritos muestra sensibilidad hacia la historia del país.

Autonomista convencido, de sus agudas apreciaciones sobre el incipiente proceso autonómico auspiciado por la Mancomunidad de Cataluña bien puede deducirse que se oponía radicalmente a la manera en que se estaba gestando la autonomía castellana. Una de las razones era la naturaleza caciquil de los próceres provinciales involucrados, en particular el político vallisoletano de la Restauración Santiago Alba, al que profesaba una enconada aversión. El debate propulsado por la campaña estatutaria catalana de 1918-1919 despertó sentimientos anticatalanistas, pero además obligó a muchos a tomar postura y consiguió que diferentes regiones hicieran lo propio, buscando la creación de entes autónomos que sirvieran de medio de autogestión para sus territorios.

Como en momentos históricos anteriores, el debate en la cuenca del Duero giraba en torno a la creación de una Castilla autónoma que rivalizara económica y culturalmente con Cataluña. Dentro de esa Castilla estaba tristemente proyectado que quedaran integradas las provincias leonesas. A pesar de la posición autonomista a priori favorable de Rojas, desde un primer momento es consciente de que “el [regionalismo] castellano anti-catalán de Valladolid es un movimiento artificioso que se va ahogando por el regionalismo municipal y anticaciquista de Salamanca, de León, de Zamora y de otras poblaciones.” Así lo dejó escrito en un artículo publicado el 14 de diciembre de 1918 (recién terminada la 1ª Guerra Mundial) con el título “Castellanismo y germanofilia”, en el que establece un vínculo claro entre los partidarios de la autonomía castellana y los germanófilos, aquellos que durante la Gran Guerra se habían posicionado a favor de los intereses de los Imperios alemán y austrohúngaro, y sobre quienes se desahoga diciendo que los “caballeros que dirigen esta asquerosa farsa castellanista son unos germanófilos vergonzantes”. No es difícil establecer un paralelismo actual con la polarización que existía en España durante la 1ª Guerra Mundial entre los germanófilos, con una visión de la política más autoritaria y antidemocrática, y los aliadófilos, de tendencia más liberal. La hostilidad que Rojas sentía por los germanófilos hacía que se refiriera a los políticos conservadores que medraban en las redes caciquiles de las Diputaciones provinciales de la meseta como “nuestros caciques, que son la negación de nuestra tradición democrática, son tan completamente extraños a nuestro espíritu como un alemán.”

Rojas escribía con conocimiento de causa y experiencia sobre el terreno: durante esas semanas se encontraba inmerso por completo en la batalla electoral del distrito de Peñaranda de Bracamonte, donde arengaba a los braceros pidiéndoles el voto para luchar contra los latifundistas y el caciquismo agrario (representado por el marqués de Ivanrey) e impartía conferencias sobre el conflicto abierto en Cataluña –el mal llamado “problema catalán”– por su demanda de Estatuto. Nuestro olvidado articulista se había embarcado en la lucha agraria poco tiempo antes, casi por casualidad, tras un periodo de convalecencia, en un intento por empoderar a los agricultores mediante la creación de municipios autónomos en localidades en pugna con la Diputación por el control presupuestario. Ya había tanteado meses antes para que su pueblo natal de Alba de Tormes también se convirtiera en municipio. En “La liberación de la tierra”, artículo publicado el 19 de enero de 1919, se jacta de que varios pueblos de la comarca peñarandina “tendrán concejo abierto y en las decisiones municipales se oirá la voz de los viejos y de los patriarcas.” Por fin podrían emanciparse de la Diputación y gestionar su presupuesto sin la obstrucción de los caciques. Lo que Rojas buscaba con la creación de los municipios, según sus propias palabras, era la “democracia directa, referéndum, derecho de los vecinos todos a participar en los negocios comunales”, ya que, por culpa del sempiterno caciquismo, “en ciertas regiones de España, solamente los toros gozan de una cabal y completa autonomía.”

Cuando a finales de ese mes, los diputados provinciales de Castilla y de León se reunieron en Segovia siguiendo las directrices de Santiago Alba, en otra columna titulada “La autonomía de los caciques” (28/1/1919), Rojas denunciaba con su mordaz pluma que el presidente de la Diputación de Burgos y “otros respetables terratenientes de poco pelo, abogados de secano, administradorcillos y gentecilla iletrada e insolvente en la zona de la cultura (…) van a definir la actitud espiritual de la meseta y del llano frente a la del litoral.” Vemos aquí, expresada con términos más acordes a la época, además de una descripción punzante de la ralea política local, la contraposición centro-periferia que Martín Villa estableció para justificar sus “razones de Estado”, el contrapeso de la meseta frente a las ahora conocidas como nacionalidades históricas. Según Rojas, lo que estos caciques reaccionarios pretendían establecer era una “autonomía regional impuesta de arriba abajo, es decir, de Madrid a Valladolid, de Valladolid a las capitales de provincia y desde éstas, a las ciudades, villas y aldeas”. Prosigue con razones de peso para oponerse a la manera en que se quiere configurar, denunciando que sería a través de “una autonomía regional con Parlamento, con mucho Parlamento, funcionando en Valladolid por supuesto, y con un Tribunal Supremo también vallisoletano, con magistrados nombrados por Alba”. Y sirviéndose de un aparato mediático propio, con “El Norte de Castilla trocado en Gaceta regional”.

Es hiriente que unas palabras escritas hace un siglo nos resulten tan lamentablemente familiares. Como buen regeneracionista, el salmantino buscaba medidas políticas que sirvieran como medio de liberación para la ciudadanía de las zonas rurales más atrasadas: libertad de sufragio, desarrollo del municipalismo, supresión de las Diputaciones y creación de circunscripciones rurales. A fin de cuentas, medidas que aseguraran la mejora del funcionamiento democrático, sin las cuales “una autonomía regional de esta naturaleza será una batalla ganada en regla por los tentáculos, cada día más sutiles y extensos del caciquismo”. Los miedos de Rojas eran fundados. Tras casi cuarenta años de autonomía, cristalizada en 1983 con la creación definitiva de la Junta, sabemos con certeza que muchas de las denuncias que formulaba con su elegante retórica se han consumado. Somos conscientes de los tentáculos del caciquismo, del abandono del medio rural, de la inutilidad de las “razones de Estado”, del déficit democrático de nuestro régimen autonómico. ¿Ha alcanzado la sociedad leonesa (y la española) el grado de madurez democrática para enfrentarse a esta realidad? Se cierne sobre nosotros una disyuntiva como ya hizo en otros momentos donde se abría la ventana de oportunidad autonómica: León puede acceder al autogobierno, ejerciendo la democracia de abajo arriba a través de los concejos y municipios, o padecer, tal vez sin posibilidad de retorno, otros cien años de sumisión a los caciques.

Nota del autor: este artículo se redactó antes de que el gobierno decretara el estado de alarma por la crisis de la COVID-19. Por si fueran pocos los paralelismos, fue en 1918 cuando se tuvo constancia por primera vez de la conocida popularmente como “gripe española”, considerada una de las pandemias más letales de la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario