Con motivo de la petición de sustituir el medallón de Francisco Franco por uno del rey Alfonso IX de León en la Plaza Mayor de Salamanca, comparto este apartado de una tesis doctoral titulada Urbanismo de Salamanca en el siglo XIX, cuyo autor es el profesor de la USAL Enrique García Catalán y fue publicada por Ediciones Universidad Salamanca en enero de 2015.
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La Plaza Mayor de Salamanca, como centro neurálgico de la
ciudad, también fue propuesta para colocar un monumento público en 1890. Ya
desde sus orígenes en el siglo XVIII albergaba bustos en relieve de reyes y
conquistadores en los medallones de las enjutas de los arcos, por lo que el
proyecto parecía encajar a la perfección en este espacio. Sería digno complemento a su ornamentación,
adaptado a la proporciones de su recinto como una continuación de la belleza
artística... y remate y complemento de su sin rival magnificencia. Tampoco era
una novedad, pues en otras ciudades se habían colocado esculturas monumentales
en el centro de sus plazas, como en Madrid la estatua ecuestre de Felipe IV,
situada en la plaza de Oriente en 1843 o la de Felipe III, trasladada a la
Plaza Mayor en 1848 a propuesta del concejal Mesonero Romanos.
El Ayuntamiento no dudó en señalar como lugar idóneo y de
mejor vista para situarlo el espacio que ocupaba la fuente de los jardines,
justo en el centro del recinto, e incluso podría extenderse hasta los bancos
que formaban una rotonda alrededor. Para decidir el tipo de monumento y a quién
estaría dedicado se formó una comisión, presidida por el alcalde Florencio
Pollo Martín con una selecta nómina de vocales, entre los que figuraban el
arquitecto municipal, José Gallego Díaz, el de la provincia, Joaquín de Vargas,
el historiador de la ciudad Manuel Villar y Macías, y otros conocidos por su
afición a la historia y las artes.
El 9 de julio de 1890 dieron a conocer dos propuestas de
monumento con pautas generales sobre la morfología e información más detallada
en cuanto a la iconografía. La corporación municipal elegiría según los
recursos económicos, mientras que la forma y dimensiones finales correrían a
cargo del artista elegido. Se fijó como estándar de calidad la elegante estatua
de fray Luis de León del malogrado Nicasio Sevilla.
Uno de los monumentos llevaba por título Salamanca a sus
preclaros hijos, con las figuras de seis u ocho personajes que se deberían
elegir entre una lista de doce. Hacía tan solo seis años que Manuel Villar y
Macías había esbozado sus biografías en los capítulos de Historia de Salamanca,
lo que parece dejar claro su protagonismo a la hora de hacer la selección.
Sería una fuente coronada por una alegoría de la ciudad en
forma de bella matrona, que bella debe ser para representar a Salamanca, decía
la Comisión. Las imágenes de los personajes elegidos se podrían instalar en el
pedestal o sobre una gradería en la parte baja, hacia los que la matrona
extendería su mano para indicarles el camino de la eternidad y la gloria. Según
la ubicación que se les diera, se podrían elegir distintos formatos, desde esculturas sobre pedestales hasta bustos
dentro de hornacinas, medallones o frontones partidos. Todo estaría animado con
juegos de agua más vistosos que los mezquinos surtidores existentes,
candelabros de luz eléctrica y artísticos jarrones. En cuanto a los materiales,
se recomendó el uso de granito o piedra franca en el pedestal y bronce en las
figuras, descartando el mármol para evitar las manchas de humedad.
El otro monumento propuesto estaba dedicado al rey Alfonso
IX y la fundación de la Universidad. Los miembros de la comisión no tenían duda
de que a este hecho debía Salamanca su vida toda, su alta fama en el mundo de
las letras no menos que en el mundo de las artes, pues dio ocasión para alzar
en su recinto los maravillosos edificios que aun hoy son preclaro ornamento.
Reconocían también que sin la fundación de esta Escuela, Salamanca hubiera
alcanzado solo la oscura vida de otras modestas ciudades del reino castellano,
pero no ser el astro más luminoso de la cultura española. Como modelo para el
monumento tomaron el del Príncipe Alberto de Inglaterra, con la imagen del monarca
fundador en lo alto y un buen número de personajes ligados al Estudio,
distribuidos en cuatro grupos junto al pedestal. En este caso aumentó la nómina
de seleccionados, repitiendo los del monumento anterior y sumando a la lista
otros diferentes. El conjunto se completaría con unas cariátides, u otro tipo
de figuras, a modo de surtidor.
Llegó a existir un plano de un proyecto con una idea final,
que fue aprobada en el Consistorio. Aunque no conocemos la opción elegida,
posiblemente estos dibujos aparezcan algún día en el Archivo Municipal de
Salamanca. En cualquier caso el monumento no llegó a realizarse después y todo
parece indicar que fue por falta de financiación, aunque también pudo influir
el enrarecido ambiente creado tras la aparición del cuerpo sin vida de Villar y
Marcías en las aguas del Tormes el día 26 de junio de 1891.
Todavía en abril de 1892 la empresa de Moneo propuso un
modelo de monumento más económico, que no pasaba de 42.000 pesetas y tenía como
característica principal unas figuras mitológicas. Sin embargo, fue desestimado
por las autoridades por no ser meritorio para la Plaza Mayor.
La celebración del cuarto centenario del descubrimiento de
América y el protagonismo que empezó a ganar la opción de levantar un monumento
a Cristóbal Colón en otra plaza salmantina, hizo que estos proyectos fueran
olvidados definitivamente.
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